jueves, 30 de junio de 2011

La fiesta de los signos de puntuación.

Queridos contertulios, por motivo de mis últimas pruebas de los ramos semestrales se me ha hecho difícil escribir o publicar algún tema especial. Anterior a esta publicación compartí mi lado revolucionario con ustedes, con aquel texto humorístico. Hoy no comparto nada mio, sólo un cuento que me gusta mucho, que es parte del libro "Canción para caminar sobre las aguas", del entretenidísimo escritor chileno Hernán Rivera Letelier -quien terminó su educación básica en la jornada vespertina y su enseñanza media en el Inacap. Jamás fue a la Universidad-.
"La fiesta de los signos de puntuación" es un cuento que escribe Brando Taberna -uno de los personajes centrales-, el cual comparto con ustedes. Que lo disfruten.

La noche de la fiesta de los signos de puntuación dos cosas preocupaban a los organizadores: una, que el fuerte viento que soplaba en la ciudad amilanara el ánimo de los invitados y, dos, que se fuera a presentar demasiado temprano el Punto Final, ese aguafiestas infaltable a toda reunión de camaradería.
Pero la cosa estaba funcionando. El malón se había iniciado a la hora y los invitados trataban de entretenerse lo mejor que podían. Ahí estaban los tildes saltando como niños sobre los muebles; ahí los puntos y seguido y los puntos y aparte mirándose desde lejos, hoscamente; ahí los puntos suspensivos, con su gesto siempre enigmático, conversando bajito entre ellos, dejando todo a medio decir; ahí los dos puntos metiéndole conversa a medio mundo y dando la impresión de ser los que más se divertían en la velada. Los puntos y comas, únicas parejas casadas entre los invitados, bailaban mejilla a mejilla en medio de la pista, mientras sus hijas gemelas, las comillas, sentadas modositamente en el suelo leían las carátulas de los discos o miraban los álbumes fotográficos de los dueños de casa.
Sin embargo, cada timbrazo en la puerta hacia estremecer de susto a los fiesteros. Mirándose entre ellos, le bajaban el volumen a la música y se quedaban un rato silenciosos y expectantes, pensando en que podía ser el Punto Final. Cuando el invitado más cercano a la puerta, luego de mirar por el ojo mágico, abría y el que entraba era un signo de interrogación preguntando si acaso estaban todos sordos que no oían el timbre; o se trataba de un alharaco signo de exclamación que llegaba gritando que afuera el viento era un verdadero vendaval, carajo, que vengo más helado que callo de pingüino, entonces todos respiraban tranquilos, subían de nuevo la música y continuaban el bailongo.
En un momento dado, cuando la fiesta estaba en su apogeo y no faltaba casi nadie, para evitar más sobresaltos, y a iniciativa de dos guiones de aspecto categórico, se acordó no abrir la puerta a ningún invitado más. No fuera a ser cosa que en una de esas apareciera el Punto Final.
Y ahí estaban, divirtiéndose y pasándola a todo trapo, cuando a eso de la medianoche el ¡ring! del timbre dejó a todos nuevamente paralizados. Un acento gráfico que se acercó a mirar por el ojo mágico dijo en tono tranquilizador que no se preocuparan, que era sólo el asterisco.
-Debe venir borracho como siempre –opinaron roncamente unos corchetes, que por no encajar en ninguna conversación eran los que menos se divertían.
Se armó entonces una ácida discusión sobre si era conveniente o no dejarlo entrar. Algunos opinaban que de ninguna manera, que el asterisco no era más que un paracaidista desvergonzado, que no tenía nada que hacer ahí. Otros, en cambio, decían que en verdad el asterisco era un punto con sus facultades mentales perturbadas, pero punto al fin y al cabo.
"Se cree un león melenudo", dijeron graciosamente unas comillas.
Desde su rincón en penumbras, un punto y aparte de expresión amilicada dijo que el asterisco no era loco ni cosa parecida, sino un intelectual demasiado fino. O sea un maricón redomado. Y que si de él dependiera lo dejaría helar de frío allá afuera sin ninguna contemplación.
Entonces, una liberal coma de poema erótico terció para decir que si se había dejado entrar a las cremillas, que eran unas lesbianas declaradas, no veía por qué no iba a entrar el asterisco. Que si era por discriminación sexual entonces tampoco debían de haber dejado a ese par de viejos verdes, dijo, apuntando con su copa a unos paréntesis que en un ángulo de la sala le habían hecho una encerrona a unas comas livianas de cascos ( de esas de enumeración caótica) que se morían de la risa.
Cuando al final se decidieron a abrir, el fiasco fue mayúsculo. El Punto Final irrumpió ordenándose el pelo y rezongando que el viento de mierda lo había despeinado todo, que con esa chasca debía parecer un puto asterisco. Y, acto seguido, cuadrándose ruidosamente en medio de la pista, rugió asnal y asmático que hasta allí llegaba el sarao.
-¡Se acabó la farra, señores!"

5 comentarios:

  1. El libro está ambientado en los últimos años del gobierno del Presidente Salvador Allende. Brando Taberna, un hippie muy "peineta", gozador, escritor de poemas y cuentos siúticos -según Cristo Pérez-, que luego de trabajar en las salitreras de la pampa nortina se da cuenta que quiere conocer la vida y el mundo, y decide partir por Chile. Cristo Pérez, hippie que llega al norte -Aric...- desde Concepción, es medio místico y predica el evangelio -que a su manera se llama "el evangelio de las cosas simples"-. Los dos personajes se conocieron mientras pululaban por la ciudad de Arica, quienes después de fumarse un pito -cigarrillo artesanal de marihuana, lo aclaro por lee esto algún argentino-, siguieron su viaje juntos. Conocen a Jerónima Monroe y su mascota, un ratón llamado Joe, quien vive una relación light, pero no por eso desapasionada. Estos tres personajes viven muchas aventuras y desventuras, pero deben leerlas ustedes.

    Es un libro muy entretenido y fácil de leer.

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  2. Un magnífico relato que sólo Rivera puede lograr, es realmente inspirador.

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  3. Al final lo dejaron entrar? Estaba borracho el asterisco ?

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